Mientras jugaba en nuestra sala de estar familiar, mi hijo mayor tomó una decisión que él sabía que no era buena. Miró a su abuelo, sentado seriamente en el sofá, y luego a mí.

Los dos estaban sentados en silencio, esperando a ver qué haría yo. Mi hijo no quería ser disciplinado y mi suegro no quería que lo disciplinara. Sin embargo, su pecado estaba claro y yo opté por ser consecuente y disciplinarlo.

Lo llevé al segundo piso para pasar este tiempo con él en privado, y dejé a mi suegro en la sala. Estuvimos unos 10 minutos ausentes. Cuando volvimos a la sala de estar, mi suegro hizo una observación muy profunda: “Rob, ¿cómo es que siempre suben llorando y bajan felices?”

La respuesta a esa pregunta requiere comprender lo que yo llamo la “parte olvidada de la disciplina”.

Lo que olvidamos

Como padres que desean criar hijos que amen y honren a Dios, la mayoría de nosotros sabe lo que las Escrituras dicen sobre la parte física de la disciplina. Aun cuando dar nalgadas se ha vuelto una forma controversial de disciplina en la cultura de hoy, la Palabra de Dios es clara. Proverbios 22:15, por ejemplo, nos dice: “La necedad es parte del corazón juvenil, pero la vara de la disciplina la corrige” (NVI). Y Proverbios 23:13-14 dice: “No dejes de corregir al joven, que no va a morirse si lo castigas con vara. Al contrario, castígalo con vara y lo librarás de caer en el sepulcro.” (RVC).

Sabemos que esto es parte del llamado que Dios nos ha dado. De modo que, cuando nuestros hijos pecan o se rebelan, recordamos estas enseñanzas claramente y disciplinamos a nuestros hijos.  El problema se presenta cuando hacemos equivaler el dar nalgadas con disciplinar. La disciplina bíblica involucra mucho más que dar nalgadas.

A menudo olvidamos el contexto en el cual debe aplicarse la parte física de la disciplina. Es intangible y fácil de pasar por alto. Considera estos proverbios:

Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y medicina para los huesos. Proverbios 16:24

El corazón alegre constituye buen remedio; mas el espíritu triste seca los huesos. Proverbios 17:22

Dios usa palabras que acompañan a las nalgadas para restaurar a nuestros hijos. Están ahí para ser dulces. Están ahí para traer salud. Están ahí para restaurar un corazón gozoso en nuestros hijos.

Con demasiada facilidad, olvidamos comunicar este tipo de amor a nuestros hijos durante la disciplina. La vara de la disciplina aplicada sin amor no es otra cosa que una golpiza. En lugar de eso, el proceso bíblico de disciplinar a un niño está diseñado para expulsar la necedad del corazón. Esta conexión entre el dolor experimentado en la disciplina y la remoción de la necedad no es científica;es espiritual. Tenemos que recordar que aquí estamos tratando con los corazones y los espíritus de nuestros hijos, no solo con sus traseros.

¿Cómo puede un niño subir las escaleras llorando y bajar de vuelta saltando de alegría? Él llora porque sabe que lo que va a recibir es desagradable. Él vuelve contento porque lo que ha recibido es amoroso.

La meta de la disciplina

¿Has considerado alguna vez lo que quieres conseguir al disciplinar a un niño? Normalmente un padre quiere entrenar a sus hijos para que le obedezcan. O un padre quiere evitar que lo avergüencen en una tienda, en un restaurante o en la iglesia. Él quiere el respeto de sus hijos. Estos son buenos deseos, pero son metas secundarias. Sin embargo, tenemos que considerar una meta primaria más clara y más profunda para la disciplina.

Cuando mi hijo requiere disciplina, tengo esta meta en mente: ver la disciplina como una oportunidad determinada por Dios para guiar a mis hijos a las Buenas Nuevas que salvan a la humanidad.

Justo la semana pasada, terminé de leer un libro a mis hijos sobre un niño que se enamora de Jesús. Él le escribió a su padre, un activista ateo, sobre su conversión. Entre sus palabras estaban estas: “Padre, tengo buenas noticias. ¿Eres un pecador? Espero que lo seas porque Jesús vino a salvar a los pecadores”.

Nuestros niños son pecadores. Nosotros también. Pero tal como el niño de arriba, la misma verdad que entristece el corazón puede producir la felicidad espiritual. Sí, somos pecadores, pero “Jesús vino a salvar a los pecadores”. Escondida dentro de esta verdad, hay una gran oportunidad de esperanza en la disciplina.

A menudo el tono y la expresión facial de un padre comunican desesperanza a los niños durante la disciplina. Actúan como si no hubiese ninguna esperanza real de que los hijos entiendan cómo portarse bien. Pero a la luz de la realidad y del propósito de la cruz, esto es una tontería. En Cristo, tus hijos pueden morir a su pecado y vivir en rectitud (1 Pedro 2:24). En Cristo, ya no necesitan ser esclavos de su pecado (Romanos 6:17-18). En Cristo, la realidad de la cruz puede hacerse vida en sus vidas. Esto es profundo. Esto es increíble. Esto es el evangelio.

Recuerda estas palabras de Proverbios 16:24: “Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y medicina para los huesos”. Luego de la incomodidad de la disciplina, cuán dulce sería para el alma de tus hijos recibir las palabras de gracia que los lleven a caminar en la esperanza del evangelio. Estas palabras traerán salud a su cuerpo, a su relación entre ellos y a su relación con Dios.

No te sientas culpable de olvidar la parte “olvidada” de la disciplina. Usa en toda ocasión palabras de restauración y gracia, y observa cómo Dios bendice con frutos la vida de tus hijos.

Cómo lo hacemos

Cuando esta perspectiva es nueva para la gente, a menudo quieren saber cómo se ve en acción. También quieren saber si realmente funciona. Permíteme guiarte a través de cómo se ve esto en mi familia. En la tuya puede que se vea algo distinto, pero verás los elementos que son necesarios.

  1. Encontramos un lugar privado. Cuando mis hijos pecan o desobedecen, yo necesito aplicarles disciplina. La mejor forma de hacerlo es en privado. Esto les permite mantener su dignidad y evita que se sientan humillados en frente de otros. (La única vez que vamos en contra de este principio es cuando los niños son muy chicos. Con un niño menor de 2 años y medio a 3 años de edad, a menudo los llevamos a disciplina lo más pronto al hecho, como sea posible.) Para hacerlo, les pedimos a nuestros niños que vayan a un lugar cerrado, lo más probable es a su habitación.
  2. Confirmamos la razón de la disciplina. Una vez en el segundo piso, les pregunto si saben por qué están siendo disciplinados. Esto es importante. Si un niño recibe disciplina pero no está seguro del por qué, se pierde todo el propósito de la disciplina. Si no saben por qué, entonces yo les ayudo a entender, pero generalmente, incluso los más pequeños, ya saben exactamente lo que sucedió.
  3. Aplicamos la “vara”. A fin de mantener esta porción de la disciplina dentro de los parámetros bíblicos, debemos considerar algunos elementos esenciales.

Primero tenemos que elegir el objeto a usar. Diferentes padres utilizan diferentes objetos como su “vara” de disciplina. No existe el objeto “correcto”. Nos aseguramos de que éste cause el efecto deseado pero que no dañe al niño.

Segundo, el lugar en sus cuerpos es clave. Siempre usamos una parte bien carnosa de sus cuerpos, mayormente su trasero. Cuando llevan puesta ropa más pesada como jeans, podemos emplear la parte trasera de un muslo, que también es una parte muy carnosa. Al restringir la nalgada exclusivamente en áreas carnosas, no hay un efecto duradero… solo el ardor inmediato que desaparece instantáneamente.

Tercero, es la proporción de la disciplina. El número de nalgadas que reciben está ligado en parte a la seriedad del pecado. No me refiero a la seriedad de la acción. Tirar comida en la mesa es desobediencia. También lo es un desafiante “¡NO!” El pecado raíz es la desobediencia y el número de nalgadas es el mismo por ambas faltas. Pero darle un puñetazo a un hermano en el ojo recibe más disciplina a causa del peligro al que significó para la familia. Eso fue más serio.

  1. Los consolamos en su desconsuelo. Una vez que terminamos de darles nalgadas, generalmente están desconsolados. A menudo sobo la parte que fue golpeada y siempre los abrazo. Dios nos consuela en nuestra aflicción, y así debemos hacerlo con nuestros hijos. Este siempre es un tiempo en silencio (excepto por el llanto). No quiero que me prediquen cuando estoy sufriendo dolor, así es que no le hago eso a mis hijos.
  2. Instruimos. Antes de golpearlos, sus corazones estaban endurecidos y sus mentes estaban preocupadas. Ahora, después de ser golpeados, están más flexibles y son más capaces de escuchar. Aquí es donde tratamos de restaurarlos con nuestras palabras. Tratamos de construir amor y aceptación dentro de ellos.
  3. Oramos por ellos. Siempre damos gracias a Dios por ellos y le pedimos que les ayude con el poder de Su Espíritu en el área de su pecado. Tratamos de evitar, lo mejor que podamos, la tentación de predicarles a través de nuestra oración.
  4. Los hacemos orar. Ellos no sólo pecaron contra nosotros (o un hermano), sino que también pecaron contra Dios. Entonces, cuando oran, reconocen su pecado ante Dios y le piden Su perdón y Su ayuda en el futuro.
  5. Los amamos. Antes de dejarlos ir, los abrazamos. Nuevamente les decimos que los amamos. A veces jugamos con la nariz del niño, besamos su mejilla o le hacemos cosquillas en la barriga. Siempre tratamos de hacer algo que les recuerde que todo está bien y que su pecado ha sido alejado de ellos.
  6. Hacemos que busquen a las personas involucradas. Este paso final consiste en buscar el perdón de aquellos contra quienes pecaron. Esto invariablemente comienza con nosotros, dado que contra nuestra autoridad es contra lo que se rebelaron. Esto no debe ser un rápido y liviano “lo siento”. Eso no es buscar el perdón. Puede variar, pero siempre debe incluir una pregunta como: “¿Me puedes perdonar por…?”.

La disciplina se puede presentar en forma distinta en cada familia. Sin embargo, espero que esta mirada a lo hacemos en nuestra familia haya sido útil para tu consideración sobre cómo podrían llevar a cabo la parte olvidada de la disciplina con tus niños.

Al final, el “cómo” no es tan importante como el ambiente de amor que creas para tus hijos. Toma algún tiempo y evalúa tu corazón al considerar la disciplina en tu familia. Corrige cualquier cosa que falle en rescatarlos de su pecado y restaurarlos para una relación correcta contigo y con Dios.


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Nota adicional: El propósito de este artículo es animar a los padres a restaurar intencionalmente los corazones de sus hijos por medio de sus palabras. El artículo no pretende dar una visión comprehensiva de la disciplina. Sin embargo, hay que señalar que la disciplina en general, y las nalgadas en particular, nunca deben ocurrir cuando los padres están enojados. Hay demasiado en juego como para permitir que la ira arrase con la situación. Cuando estés enojado, sugiero que tomes unos 10 o 20 minutos para calmarte y orar. Si es necesario, deja pasar la oportunidad de disciplinar en vez de proceder con ira. No puedes lograr los propósitos de Dios para la disciplina si estás pecando contra tus hijos con tu ira.

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