Unos pocos años atrás, mi hijo Ben y yo tuvimos la oportunidad de ir a un partido de la Serie Mundial en St. Louis. Fue fantástico ver a mis queridos Cardenales enfrentándose a los Tigres de Detroit.

Los Cardenales triunfaron 5-0 (ganando la serie en cinco juegos), pero lo máximo de la experiencia de esa tarde fue cuando mi amigo Chip se volvió y le preguntó a mi hijo: “¿Cómo describirías a tu papá en una palabra? Mirando a Ben cómo pensaba por un momento, yo especulaba en silencio sobre lo que él podría decir. Esperaba que fuera algún rasgo de carácter noble como “amoroso” o “amable” o “perdonador.” En vez de eso, la conclusión en una sola palabra de mi hijo mayor fue “intencional”.

Permanecí sentado impresionado.

¿Intencional?

Si me hubieran pasado un diccionario y me hubieran dado un par de días, ¡nunca habría escogido esa palabra! Miré a mi hijo y pensé, Eras el número dos en tu clase en la secundaria, presidente del centro de alumnos, inteligente … ¿Es esto lo mejor que puedes hacer?

Ben le explicó a Chip: “Papá siempre fue resuelto en su papel como padre, siempre enseñándonos y capacitándonos. Él trataba de no dejar que nada simplemente sucediera.”

Ahora que he tenido un poco de tiempo para pensarlo, y que otros en la familia lo han sopesado y lo han confirmado, he llegado a la conclusión de que “intencional” no es una mala descripción. Creo que me di cuenta casi desde el principio  de que criar a mis hijos iba a ser mi mayor contribución para un futuro que yo mismo no vería. Como resultado, tuve que ir más allá del deber como un padre y ser bastante intencional en lo que Bárbara y yo les enseñábamos y en lo que yo modelaba ante ellos.

Afortunadamente, yo tuve un gran modelo de “intencionalidad”: Hook Rainey.

Un gran papá en un pueblo chico

La niñez fue muy sencilla para mí mientras crecía en Ozark, Missouri. Creo que una de las razones por la que me sentía tan seguro fue que aun cuando vivía en un pueblo pequeño, tenía un gran papá; no en personalidad ni en tamaño, pero sí en carácter. Algunos niños nunca tienen eso. Me alegro de que yo sí lo tuve.

Mi papá era un hombre silencioso con una integridad sólida como de granito. Él vivió toda su vida a unas pocas millas de la cabaña de troncos donde nació. Era apenas un adolescente  y uno de nueve hijos, cuando su padre abandonó a la familia, dejándolos en una pobreza absoluta. Todo esto sucedió en un tiempo en que el abandono se consideraba “poco hombre” y el divorcio era inaceptable.

Mirando hacia atrás, me pregunto cómo mi papá se las arregló para ser un hombre. Él fácilmente podría haber sido una víctima y haberse vuelto amargado y enojado. Forzado a crecer más temprano, mi papá cuidó de su mamá y de sus hermanos y hermanas por muchos años. De algún modo se las arregló para graduarse de la secundaria y juntar el dinero para instalar una estación de servicio.

Mi papá amaba el béisbol. Supe después que fue un legendario lanzador en la región. Siendo zurdo le dieron el apodo de “Hook” (Gancho) porque tiraba una bola curva engañadora; esta fue la única cosa engañadora en su vida. Era tan bueno que jugó en el club de la liga menor de los Cardenales de St. Louis, e incluso lanzó en un partido contra el lanzador Dizzi Dean, reconocido miembro del Salón de la Fama.

Mi papá no sólo tenía un lanzamiento curvo impredecible; también sabía cómo guardar un secreto. Un día, durante la Depresión, cuando su familia no lo estaba mirando, él y mi mamá se fugaron un fin de semana y fueron al Derby de Kentucky para una luna de miel de dos días. Y aunque recuerdo una discusión que tuvieron cuando yo era un niño, nunca cuestioné el amor y la lealtad de mi papá hacia mi mamá. Ellos estuvieron casados 44 años hasta su muerte.

Mi papá me enseñó cómo lanzar una curva, un slider y una bola de nudillos. Éste último lanzamiento  era increíble. A medida que la bola planeaba hacia mí, él se reía y decía “¡Cuenta las costuras, hijo … cuenta las costuras! Yo me reía con él mientras al bola flotaba y se dirigía hacia mí. Aun con una concentración intensa y mi mejor esfuerzo, apenas podía atrapar esa pelota que revoloteaba.

Un montón de recuerdos sobre el tiempo con papá ahora me hacen sonreír: Cazando ciervos y codornices y pescando lubina blanca. Los chicos de su clase de sexto grado en la Escuela Dominical. Su loción Old Spice para después de afeitarse y su jabón de manos “Lava”.  Quedarnos  dormidos juntos con su brazo alrededor mío en una tarde de sábado mientras veíamos el “Juego de la Semana” en la TV. Aún puedo sentir el vello de su brazo contra mi mejilla infantil, y casi puedo sentir el olor a propano en sus manos después de las entregas de esa mañana.

No recuerdo que me haya predicado ningún sermón cuando era un niño. Sin embargo, mi papá me enseñó la vida. Él era un mensaje viviente. Auténtico. Humilde. No le gustaban los fanfarrones. Era fiel honesto, leal y amable. Un hombre que tomaba en serio sus responsabilidades. Y puedo contar con los dedos de una mano las groserías que alguna vez salieron de su boca.

Papá entrenó por tres temporadas al equipo de nuestra pequeña liga de béisbol, los Tigres de Ozark. Yo sólo tenía 10 años cuando jugamos nuestro primer partido contra un grupo muy afiatado de veteranos llamado los Pájaros Madrugadores. Yo no me di cuenta en ese momento, pero fue un clásico enfrentamiento de David contra Goliat. Yo era un lanzador inicial, y creo que perdíamos 12-0 en el primer inning cuando mi papá me movió al campo derecho. La liga no tenía una regla de misericordia, pero tenía un límite de tiempo, y el juego solo duraba tres innings. No logramos un punto, y el marcador final fue 22-0.

Pero mi papá nunca se dió por vencido. Nos enseñó lo básico y lentamente me transformó en un lanzador y a un puñado de chicos campesinos en un equipo competitivo. Tengo una foto del equipo que está colgada en mi oficina como registro de lo que logramos. Dos años más tarde llegamos a las semifinales en los plays-off … y desde luego que nuestros oponentes fueron los Pájaros Madrugadores.

Estoy seguro que se morían de ganas de jugar con nosotros nuevamente, pero no fue el juego que ellos esperaban. Fue competitivo hasta la última jugada al final del último inning. Tuvimos la chance de ganar, pero los Pájaros Madrugadores prevalecieron 3-2.

Yo estaba devastado porque perdimos. Pero ahora, más de medio siglo después, tengo una impresión distinta del juego. Cuando me siento y contemplo la foto del equipo, no importa que hayamos perdido. Lo que importa es que mi papá está presente en la foto …y no sólo por tres temporadas, sino por toda mi vida.

Él me dio muchos regalos, pero el mejor regalo que Hook (el Gancho) Rainey me dio fue que nunca dejó de creer en mí. Y cuando murió en 1976, a la edad de 66, casi la mitad de nuestro pueblo de 1235 habitantes acudió a honrarlo. Un hombre, hablando de la integridad de mi papá dijo: “Nunca escuché una palabra negativa sobre Hook Rainey”.

Aún hoy, su presencia está grabada en mi vida. En el otoño de 2007, mi amigo Randy me invitó a cazar alces con arco en su rancho en Montana. Cuando empecé mi cacería, deslizándome alrededor de los enebros en busca de un trofeo, escuché las palabras que papá me dijo muchas veces cuando era niño: “despacio, hijo; despacio.”

Mucho de los que hoy soy, se debe a que tuve un papá que se acercó a mi vida. Él mucho más que el papá de alguien. El fue mi papá.

Un padre, un hijo y una lección

Bob Helvey, uno de mis colegas en FamilyLife, cuenta una gran historia sobre otro padre que se acercó y fue dedicado para entrenar a su hijo. Cuando Bob tenía 10, repartía diarios, y en una fría noche de Virginia, una ráfaga de viento lo golpeó y lo tiró de su bicicleta. Entonces observó conmocionado como su paquete de periódicos se desarmaba y se esparcía por todas partes.

En ese punto, este niño tenía una opción: Podía levantarse, ser responsable y recuperar todos los papeles, o podía renunciar e irse a casa.

Bob hizo lo que hacen los niños; se fue pedaleando a su casa.

Cuando llegó su padre le dijo: “¿Estás seguro de que terminaste tu recorrido de entrega más temprano? Bob le explicó lo que pasó, entonces su padre le dijo: “Ponte el abrigo, hijo, y espérame en el auto”.

Fueron en auto hasta la escena del crimen, y Bob sintió cierta satisfacción cuando no vio ningún periódico en el suelo. Pero su papá se estacionó y le dijo a Bob que lo siguiera. Caminaron a una casa que estaba cerca, donde un hombre los saludó que los invitó a entrar. Allí Bob fue confrontado con el sorprendente cuadro, ¡una habitación llena de papeles de diario! Sin decir casi una palabra, los dos hombres le ayudaron a Bob a rearmar cada periódico. Entonces Bob procedió a completar su ruta de entrega con su padre como chofer.

Esa lección de carácter fue tan poderosa que Bon escribió sobre ella 40 años después en un tributo a su padre: “Fue un poco irritante que mi papá no me diera una charla,” escribió Bob. “Pero él sabía que no tenía que hacerlo. El calor perdurable que sentí luego de completar una tarea difícil; un deber cumplido, fue en sí mismo un mentor.

Bob se preguntaba cómo supo su papá a donde ir exactamente ese día. Años más tarde él supo que después del accidente, el vecino había llamado a su padre para quejarse de su hijo “bueno para nada”. “Juntos conspiraron para enseñarle al joven una lección de vida”. Bob escribió: “Funcionó. El vecino debe haber sido un padre también”.

Dios nos da la oportunidad única  de unirnos a Él en lo que debe ser una de las tareas más nobles y trascendentales que tendremos como hombres . Pero no podremos cumplir con esas responsabilidades a menos que queramos acercarnos y ser intencionales en cuanto a cómo criamos a nuestros hijos.


Adaptado con permiso de Más allá del deber: Un llamado a ser hombres valientes, copyright © 2011 por Dennis Rainey. Publicado por FamilyLife.

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